jueves, 19 de abril de 2012

Aprender

Si uno dice: aprender, la mayoría de la gente piensa en el inglés (no lo domino), o en otros tipos de conocimientos (matemáticas, historia, arte...) Y es verdad, hay mucho por saber... y muy bueno. Mucho de ello. Sin embargo, creo que nadie piensa en "amar". Todos, o muchísima gente, piensa que tiene un "cum laude" en esta materia... ¿!? No sé por qué la gente piensa así. ¿Será porque todos amamos algo o alguien (al menos a nosotros mismos)? Cuanta gente no se suspende a sí misma! Y, cuantos, creo yo, estamos suspendidos en este tema. No, no soy pesimista... pero creo que la palabrita de marras es harto difícil... y, la auténtica palabra, se puede pronunciar, íntegramente, cuando, de verdad, amamos a todos... Vamos, como Cristo hizo... y después los que se lo tomaron en serio: los santos. Todo lo demás, sin ser mentira,... son garabatos, mejor o peor trazados (de hecho hay dibujos que parecen obras de arte, y son una gran farsa... y hay garabatos que en el fondo esconden joyas). Creo que el cristianismo es una escuela, inmejorable, para eso: amar. Nos anima a hacer examen de conciencia, a pedir perdón, a pedir por nuestros pecados... que son más de lo que parecen. Y nos invita a rezar... mucho!, por los nuestros... por los que no lo son tanto, por los muertos, y los que no conocemos. Esto sí que huele a auténtica escuela. Además posee especialidades. Masters impartidos por profesionales auténticos. Master de como amar a los pobres (Teresa de Calcuta), a los niños huérfanos o abandonados (S Juan Bosco), a los moribundos (S Camilo), a los profesores (Sto Tomás de Aquino), a los del montón (S Josemaría), a los curas (S Juan de Ávila), a los hombres (Juan Pablo II, este no es catedrático ... aún).

viernes, 6 de abril de 2012

Enemigos del cristianismo

Malos, lo que se dice perversos, me he encontrado muy poca gente, diría que ninguna. Equivocados muchos, muchísimos. Y estos dos factores hacen un gran daño al hombre, y al cristianismo: la maldad, y la ignorancia. La maldad porque es lo opuesto a la esencia del cristianismo: la caridad. La ignorancia porque es también lo opuesto, pues Cristo dijo de sí. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Y, por tanto, todo lo que no sea verdadero, o auténtico, al final nos daña, hace mal. Pero hay "otro" que hace mucho mal al cristianismo, y que es el campeón en este siglo: el sofá... y todo lo que ello significa. Y, es que, nos invitan a vivir una vida muelle: disfruta, no te líes, tranquilo... Y así se nos pasa media vida. Gente que o va a Misa, hay mucha, muchísima, demasiada. Ahora el motivo mayoritario no es el odio, o el ateísmo beligerante, sino la comodidad. Gente que cree que rezar es malo, u odia rezar, es muy poca. Pero gente que no reza por pereza... puf! Y es que la mentalidad sofá: llegar a casa y pensar que descansar es sentarse ante la TV dos horas o más... es lo que impera. El españolito medio consume una media de 4 horas de tv...¡¡¡4 horas!!!! Eso sí, no hay tiempo para nada porque vivimos muy estresados. Qué pena! Se tumban en la butaca y, mando en mano, malgastan horas y horas escuchando a... a... puf! ¿lo digo? Gentes con vidas no muy arregladas que proponen sus desordenes como "normales"; gente que grita, para hacerse escuchar; o series de televisión pensadas para dirigir la mentalidad de las personas; y películas donde lo malo es lo normal y cotidiano; gente que habla ex cathedra de cualquier cosa; gente que no ama a la Iglesia, eso sí, muy tolerante e imparcial; programas donde se silencia, de modo sistemático el hecho religioso -nadie reza, nadie cree- y nos quieren dar eso como norma... La TV es el gran púlpito... ¡para muchos cristianos! Absurdo. Y dicen: lo ha dicho la tele!! ¿Y el Papa, qué dice... lo sabes? ¡Pero Marijuli, la de tal programa, esa sí, sí que lo sabes! APAGA LA TELE CUANDO NO HAYA NADA INTERESANTE. DEDÍCATE A TUS HIJOS O MUJER. LEE. PIENSA. REZA. O METETE EN LA CAMA PARA DESCANSAR MÁS Y MEJOR, Y MAÑANA LE DEDICARÁS AL SEÑOR TU PRIMERA MEDIA HORA: FRESCA, LIMPIA, PALPITANTE... PARA ÉL. Y es que nos parecemos a la famosa poesía de Lope de Vega, sobretodo la estrofa final: ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno escuras? ¡Oh. cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el ángel me decía: "Alma, asómate agora a la ventana; verás con cuánto amor llamar porfía!" ¡Y cuántas, hermosura soberana, "Mañana le abriremos", respondía, para lo mismo responder mañana!

jueves, 5 de abril de 2012

Homilia de Benedicto XVI

EXCELENTE HOMILIA DE BENEDICTO XVI, QUE TE ANIMO A REZAR. Queridos hermanos y hermanas En esta Santa Misa, nuestra mente retorna hacia aquel momento en el que el Obispo, por la imposición de las manos y la oración, nos introdujo en el sacerdocio de Jesucristo, de forma que fuéramos «santificados en la verdad» (Jn 17,19), como Jesús había pedido al Padre para nosotros en la oración sacerdotal. Él mismo es la verdad. Nos ha consagrado, es decir, entregado para siempre a Dios, para que pudiéramos servir a los hombres partiendo de Dios y por él. Pero, ¿somos también consagrados en la realidad de nuestra vida? ¿Somos hombres que obran partiendo de Dios y en comunión con Jesucristo? Con esta pregunta, el Señor se pone ante nosotros y nosotros ante él: «¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia?». Así interrogaré singularmente a cada uno de vosotros y también a mí mismo después de la homilía. Con esto se expresan sobre todo dos cosas: se requiere un vínculo interior, más aún, una configuración con Cristo y, con ello, la necesidad de una superación de nosotros mismos, una renuncia a aquello que es solamente nuestro, a la tan invocada autorrealización. Se pide que nosotros, que yo, no reclame mi vida para mí mismo, sino que la ponga a disposición de otro, de Cristo. Que no me pregunte: ¿Qué gano yo?, sino más bien: ¿Qué puedo dar yo por él y también por los demás? O, todavía más concretamente: ¿Cómo debe llevarse a cabo esta configuración con Cristo, que no domina, sino que sirve; que no recibe, sino que da?; ¿cómo debe realizarse en la situación a menudo dramática de la Iglesia de hoy? Recientemente, un grupo de sacerdotes ha publicado en un país europeo una llamada a la desobediencia, aportando al mismo tiempo ejemplos concretos de cómo se puede expresar esta desobediencia, que debería ignorar incluso decisiones definitivas del Magisterio; por ejemplo, en la cuestión sobre la ordenación de las mujeres, sobre la que el beato Papa Juan Pablo II ha declarado de manera irrevocable que la Iglesia no ha recibido del Señor ninguna autoridad sobre esto. Pero la desobediencia, ¿es un camino para renovar la Iglesia? Queremos creer a los autores de esta llamada cuando afirman que les mueve la solicitud por la Iglesia; su convencimiento de que se deba afrontar la lentitud de las instituciones con medios drásticos para abrir caminos nuevos, para volver a poner a la Iglesia a la altura de los tiempos. Pero la desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de trasformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas? Pero no simplifiquemos demasiado el problema. ¿Acaso Cristo no ha corregido las tradiciones humanas que amenazaban con sofocar la palabra y la voluntad de Dios? Sí, lo ha hecho para despertar nuevamente la obediencia a la verdadera voluntad de Dios, a su palabra siempre válida. A él le preocupaba precisamente la verdadera obediencia, frente al arbitrio del hombre. Y no lo olvidemos: Él era el Hijo, con la autoridad y la responsabilidad singular de desvelar la auténtica voluntad de Dios, para abrir de ese modo el camino de la Palabra de Dios al mundo de los gentiles. Y, en fin, ha concretizado su mandato con la propia obediencia y humildad hasta la cruz, haciendo así creíble su misión. No mi voluntad, sino la tuya: ésta es la palabra que revela al Hijo, su humildad y a la vez su divinidad, y nos indica el camino. Dejémonos interrogar todavía una vez más. Con estas consideraciones, ¿acaso no se defiende de hecho el inmovilismo, el agarrotamiento de la tradición? No. Mirando a la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo. Y si miramos a las personas, por las cuales han brotado y brotan estos ríos frescos de vida, vemos también que, para una nueva fecundidad, es necesario estar llenos de la alegría de la fe, de la radicalidad de la obediencia, del dinamismo de la esperanza y de la fuerza del amor. Queridos amigos, queda claro que la configuración con Cristo es el presupuesto y la base de toda renovación. Pero tal vez la figura de Cristo nos parece a veces demasiado elevada y demasiado grande como para atrevernos a adoptarla como criterio de medida para nosotros. El Señor lo sabe. Por eso nos ha proporcionado «traducciones» con niveles de grandeza más accesibles y más cercanos. Precisamente por esta razón, Pablo decía sin timidez a sus comunidades: Imitadme a mí, pero yo pertenezco a Cristo. Él era para sus fieles una «traducción» del estilo de vida de Cristo, que ellos podían ver y a la cual se podían asociar. Desde Pablo, y a lo largo de la historia, se nos han dado continuamente estas «traducciones» del camino de Jesús en figuras vivas de la historia. Nosotros, los sacerdotes, podemos pensar en una gran multitud de sacerdotes santos, que nos han precedido para indicarnos la senda: comenzando por Policarpo de Esmirna e Ignacio de Antioquia, pasando por grandes Pastores como Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno, hasta Ignacio de Loyola, Carlos Borromeo, Juan María Vianney, hasta los sacerdotes mártires del s. XX y, por último, el Papa Juan Pablo II que, en la actividad y en el sufrimiento, ha sido un ejemplo para nosotros en la configuración con Cristo, como «don y misterio». Los santos nos indican cómo funciona la renovación y cómo podemos ponernos a su servicio. Y nos permiten comprender también que Dios no mira los grandes números ni los éxitos exteriores, sino que remite sus victorias al humilde signo del grano de mostaza. Queridos amigos, quisiera mencionar brevemente todavía dos palabras clave de la renovación de las promesas sacerdotales, que deberían inducirnos a reflexionar en este momento de la Iglesia y de nuestra propia vida. Ante todo, el recuerdo de que somos – como dice Pablo – «administradores de los misterios de Dios» (1Co 4,1) y que nos corresponde el ministerio de la enseñanza, el (munus docendi), que es una parte de esa administración de los misterios de Dios, en los que él nos muestra su rostro y su corazón, para entregarse a nosotros. En el encuentro de los cardenales con ocasión del último consistorio, varios Pastores, basándose en su experiencia, han hablado de un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente. Los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos. Pero para poder vivir y amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar por tanto a ser capaces de escucharlo del modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra. El Año de la Fe, el recuerdo de la apertura del Concilio Vaticano II hace 50 años, debe ser para nosotros una ocasión para anunciar el mensaje de la fe con un nuevo celo y con una nueva alegría. Naturalmente, este mensaje lo encontramos primaria y fundamentalmente en la Sagrada Escritura, que nunca leeremos y meditaremos suficientemente. Pero todos tenemos experiencia de que necesitamos ayuda para transmitirla rectamente en el presente, de manera que mueva verdaderamente nuestro corazón. Esta ayuda la encontramos en primer lugar en la palabra de la Iglesia docente: los textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica son los instrumentos esenciales que nos indican de modo auténtico lo que la Iglesia cree a partir de la Palabra de Dios. Y, naturalmente, también forma parte de ellos todo el tesoro de documentos que el Papa Juan Pablo II nos ha dejado y que todavía están lejos de ser aprovechados plenamente. Todo anuncio nuestro debe confrontarse con la palabra de Jesucristo: «Mi doctrina no es mía» (Jn 7,16). No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la cual somos servidores. Pero esto, naturalmente, en modo alguno significa que yo no sostenga esta doctrina con todo mi ser y no esté firmemente anclado en ella. En este contexto, siempre me vienen a la mente aquellas palabras de san Agustín: ¿Qué es tan mío como yo mismo? ¿Qué es tan menos mío como yo mismo? No me pertenezco y llego a ser yo mismo precisamente por el hecho de que voy más allá de mí mismo y, mediante la superación de mí mismo, consigo insertarme en Cristo y en su cuerpo, que es la Iglesia. Si no nos anunciamos a nosotros mismos e interiormente hemos llegado a ser uno con aquél que nos ha llamado como mensajeros suyos, de manera que estamos modelados por la fe y la vivimos, entonces nuestra predicación será creíble. No hago publicidad de mí, sino que me doy a mí mismo. El Cura de Ars, lo sabemos, no era un docto, un intelectual. Pero con su anuncio llegaba al corazón de la gente, porque él mismo había sido tocado en su corazón. La última palabra clave a la que quisiera aludir todavía se llama celo por las almas (animarum zelus). Es una expresión fuera de moda que ya casi no se usa hoy. En algunos ambientes, la palabra alma es considerada incluso un término prohibido, porque – se dice – expresaría un dualismo entre el cuerpo y el alma, dividiendo falsamente al hombre. Evidentemente, el hombre es una unidad, destinada a la eternidad en cuerpo y alma. Pero esto no puede significar que ya no tengamos alma, un principio constitutivo que garantiza la unidad del hombre en su vida y más allá de su muerte terrena. Y, como sacerdotes, nos preocupamos naturalmente por el hombre entero, también por sus necesidades físicas: de los hambrientos, los enfermos, los sin techo. Pero no sólo nos preocupamos de su cuerpo, sino también precisamente de las necesidades del alma del hombre: de las personas que sufren por la violación de un derecho o por un amor destruido; de las personas que se encuentran en la oscuridad respecto a la verdad; que sufren por la ausencia de verdad y de amor. Nos preocupamos por la salvación de los hombres en cuerpo y alma. Y, en cuanto sacerdotes de Jesucristo, lo hacemos con celo. Nadie debe tener nunca la sensación de que cumplimos concienzudamente nuestro horario de trabajo, pero que antes y después sólo nos pertenecemos a nosotros mismos. Un sacerdote no se pertenece jamás a sí mismo. Las personas han de percibir nuestro celo, mediante el cual damos un testimonio creíble del evangelio de Jesucristo. Pidamos al Señor que nos colme con la alegría de su mensaje, para que con gozoso celo podamos servir a su verdad y a su amor. Amén

Jueves Santo

Dios, por el mero hecho de serlo, es capaz de superarse en cada obra suya. La primera fue la creación de todo, sólo por amor. Lo segundo, hacer del barro algo semejante a Él. Quizás la superación venga al hacerse Él mismo, de ese barro… haciendo así, de algún modo, divino al mismo barro. Pero ahí no acaba la total-generosidad de Dios, pues ese Dios se hizo pan…¡pan! Te das cuenta qué locura. Nadie ha imaginado tal historia, nadie ha sido capaz de sugerir tal proeza, o gesto de generosidad. Sólo a un Dios amante hasta el infinito se le ha podido ocurrir. No hay lugar a dudas: “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”. Y, desde ese momento hasta el día de hoy, la Iglesia, no ha parado de custodiar tal “tesoro”, llevándolo a todos los rincones de la tierra como alimento que no perece. Una Eucaristía bien vivida, bien rezada posee todos los bienes espirituales que una persona pueda necesitar, nos recuerda el aquinate. Y el santo de Ars nos decía cómo solo se entenderá la Eucaristía en el cielo, aquí solo mediante la fe se puede captar algo de su infinitud. Y cómo que cuesta ir, y atender, y rezar, y creer, y confiar, y esperar…

miércoles, 4 de abril de 2012

Ideología

No me suele pasar. Es más, lo contrario me pasa mucho más, pero ayer, en el hospital, al entrar en un habitación, alguien me negó el saludo ostentosamente. La verdad es que no pasa nada, me hizo pensar. Claramente estaba en contra de la Iglesia, pues yo no le conozco, y quería manifestar su disconformidad u oposición hacia ella...en mi. Y pensé que eso es ideología. Es decir, que las ideas sean más importantes que las personas, o que la realidad. Para dar a las ideas, das a las personas. Y si estás muy en contra, pues das más aún a las ideas. Alguno puede pensar, que el cristianismo es otra especie de ideología... Pero no lo comparto, pues, aún en el caso de que lo fuese, lo que "da" no es desaires, sino caridad, y amor... cosas nunca perjudiciales al hombre, a ninguno.

Miércoles Santo

Muchas veces a Jesús lo tratamos como un muñecote sin vida. Un muñeco a tratar a nuestro antojo. Pero es una farsa. Tú estás vivo y eres el Señor de la Historia, y el Señor de los Señores. Solo que ahora nos das la oportunidad de reconocerte sin la evidencia irresistible del resplandor de tu gloria. Tú dijiste de Judas: “más le valdría no haber nacido” (Mt 26, 14). Eso no lo dice un muñeco. Sino alguien que nos conoce muy bien, que nos ha creado para hacer el bien, solo el bien (aunque a veces fracasemos en el intento) Porque nos ama, nos creaste. Y para amar nos creaste. Judas eligió lo contrario. El egoísmo. Y dijiste de él que mejor no haber nacido… y es verdad Señor. ¡Cuántas veces experimento en mi vida la frustración estéril e impotente al elegirme a mi! Y siempre cuando intento buscar vida en odres secos, y agrietados. Cuando intento saciar mi sed con agua salada en lugar de tus llagas, o de costado…! Qué amargura luego. ¡Y qué distintas son esas lagrimas cuando son contigo! Son lagrimas llenas de esperanza, de luz,… ¡fértiles! Y luego, además, has prometido a todos los que encuentres despiertos la vida ETERNA.

martes, 3 de abril de 2012

Martes Santo

Hoy en el evangelio oímos a S Pedro decir lo que tantas veces te decimos en el fervor de nuestra oración: “te seguiré donde quiera que vayas” (Jn 13)… y como s. Pedro, nos quedamos muy lejos de nuestras propias palabras, ni siquiera de las tuyas… ¡Si fuera un poco más auténtico Señor! No quiero repetir esa historia en mi vida, quiero quererte… de verdad. Quizás, lo peor de aquello no fue que s Pedro lo dijera, sino que no te escuchó, y pensó que no sería como Tú dijiste, sino como él pensaba. Se creyó más listo que Tú. Y eso me volverá a pasar si no te hago caso a ti, y dejo de creer mis propias ilusiones y fantasías. Esas que me fabrico en mi imaginación y yo soy el vencedor de todas ls batallas sin casi esfuerzo. Pero muy diferentes a las reales, donde salgo casi siempre derrotado… y es por no hacerte caso a ti. Tú nos dijiste que quien no rezase caería en la tentación (cfr. Mt 26, 41), y la verdad es que rezo poco, por eso pierdo tantas batallas. Tú nos enseñaste a madrugar, a trasnochar para rezar… y yo no estoy dispuesto a eso, es algo exagerado. Es quizás, por eso mismo, por lo que pienso a veces que tus mandatos son imposibles… porque no pongo los medios… “el medio”: la oración. Si vuelvo a caer, ya sé porque es.

lunes, 2 de abril de 2012

Lunes Santo

Judas dijo: ¿Por qué no se ha vendido ese perfume por trescientos denarios? (Jn 12,1) Da terror pensar que uno de los doce elegidos, Judas, seguía a Jesús sólo físicamente, su corazón estaba muy lejos de Cristo. Llevaba tiempo robando del dinero de todos (cfr.
Jn 12, 6) Llevaba una doble vida. Por un lado aparentaba ser su apóstol, y por otro lo vendía a las autoridades por treinta monedas de oro. Incluso le dio un beso… para disimular su hipocresía. ¡Quizás yo también soy un hipócrita contigo, Señor! Y digo una cosa en la parroquia y otra en el trabajo. O, quizás conservo fachada de cristiano, pero comulgo mal, sin disposiciones necesarias, o hace tiempo que no me hablo con “ese”… Supongo que sigue siendo hipocresía de la mala, de la que te hace daño. Lo de Judas fue sin querer. No fue repentino, sino paulatino. Poco a poco se enfrió la ilusión. Quizás por que las cosas no salían como él pensaba que debían de salir, y se desilusionó… Hasta que Satanás, en un momento magistral le vendió la idea de venderle… y que no rechazó como imposible, sino que la comenzó a acariciar. Hasta que lo hizo. ¡Señor, no me dejes! Quiero serte auténtico, solo a ti. A nadie más.